Entender el acrílico en los orígenes de la pintura
La historia de la pintura es también la historia de la evolución de la técnica. Cualquier artista sabe que la base de su trabajo es el conocimiento y dominio de la técnica. Desde los primeros pigmentos naturales aplicados con pinceles elaborados con crin de caballo o plumas de las pinturas del arte cuaternario hasta las modernas pinturas hay un abismo. O no tanto. Fíjense que la forma del pincel no ha cambiado un ápice desde el paleolítico hasta la actualidad. Los colores, por su parte, se extraían de piedras machacadas hasta formar una tierra. El negro, por ejemplo, —el primer color de la historia del arte, por cierto—, se extraía del carbón vegetal o con manganeso. El rojo y los ocres que disfrutamos en cuevas como la de Altamira con óxidos de hierro a partir de arcillas machacadas. Ese polvo resultante no era suficiente y pronto descubren que para poder pintar necesitan una textura más líquida. Es lo que se conoce como película pictórica. Por eso les añaden unos aglutinantes que puede ser clara de huevo, sangre, cola de pescado, resinas… Y finalmente se tritura todo. Y ahí las tienen. Pinturas en cuevas, pero también en abrigos a merced de las inclemencias meteorológicas visibles a nuestros ojos miles de años después.
La pintura en las primeras civilizaciones
Después de la larga etapa del megalitismo donde la pintura desaparece en pro de estos grandes bloques de piedra volverá a hacer su aparición en las primeras civilizaciones. ¡Qué lejos está la verdadera magnificencia de los templos egipcios o la acrópolis de Atenas de lo que contemplamos hoy día! Es difícil imaginar un Partenon pintado con colores vivos. Y sin embargo lo estaba. Las crónicas nos cuentan que esta colosal arquitectura estaba pintada en colores rojos (para los fondos de las metopas), azul (en los triglifos) y oro y negro (en las estrías de las columnas). Romanos pero, sobre todo, los hombres del Renacimiento se dedicaron a eliminar cualquier rastro de policromía de la cultura griega. Un sacrilegio, pues los griegos lo pintaban todo. No me refiero solo a las paredes, sino también a los edificios e incluso las esculturas. El auriga de Delfos, sacada del mar y, por tanto, a salvo de ser fundida como balas de cañón, es una escultura en bronce que todavía conserva hasta las pestañas postizas. El bronce, material más frecuente para la estatuaria griega, se ocultaba bajo una capa de cera que simulaba la piel humana y después se pintaba. ¿Se imaginan el efecto que generaría pasear por la impresionante acrópolis de Atenas diseñada por el gran Fidias y ver todo ese abanico de colores en edificios, paredes y esculturas? Claro que tenían un precedente en la rica Creta y sus famosos palacios. Knossos conserva algunos de los mejores ejemplos de pintura minoica.
Antes incluso de la cultura helénica estaban los egipcios. Esta civilización nacida en las riberas del Nilo también decoró templos y tumbas con colores brillantes y planos. Tanto unos como otros utilizaron las técnicas del fresco, el temple y la encáustica. Tampoco debemos olvidar otra de las primeras civilizaciones que surgió también en las crecientes orillas de ríos. El Tigris y el Eufrates fue la cuna de la cultura de Mesopotamia. Esa del código de Hammurabi del ojo por ojo y diente por diente. Pero también la que empleó la pintura al temple con un fin decorativo para embellecer la arquitectura. Su paleta es menos variada que la egipcia y se limita a blancos, rojos y azules.
Técnicas clásicas de pintura
Estas tres técnicas; fresco, temple y encáustica serán prácticamente las reinas durante el largo periodo del Medievo con el Románico y el Gótico a la cabeza. La pintura al temple se suele disolver en agua y utiliza como aglutinante la yema de huevo, la goma vegetal o la caseína fundamentalmente. Es una técnica muy empleada en la pintura medieval, incluso en los primeros tiempos del Renacimiento. Sus defensores alegan un resultado de colores brillantes con una capa que suele ser dura y resistente.
El fresco
El fresco es, por su parte, la formula más empleada en la pintura mural. El conjunto fresquista más famoso de todos los tiempos es el techo de la Capilla Sixtina que Miguel Ángel pintó para el Papa Julio II casi contra su voluntad. Qué agradecidos debemos estar a este Papa que logró convencer al Divino para concebir uno de los ejemplos más sobresalientes de la historia de la pintura. Tras una completa restauración (década de los 80 y 90 del siglo XX) que logró eliminar las capas de suciedad y el humo de las velas descubrimos un color que aún hoy sigue conmoviendo. Y es que la técnica al fresco logra una perdurabilidad en el tiempo que hace que parezcan recién pintados. Su particularidad es que no se aplica directamente sobre la pared, sino sobre un revoque de cal húmeda. Los pigmentos también se disuelven en agua y penetran en ese mortero de cal. De ahí que hablemos de jornadas, ya que solo se puede pintar mientras esa preparación está húmeda. Esos son las ventajas, pero también tiene desventajas. La más importante es que no admite rectificaciones. Si el pintor se equivoca hay que picar el mortero y empezar de nuevo. Por eso surgió también el falso fresco. Y es que no todos los pintores son Miguel Ángel. Aunque las primeras civilizaciones ya empleaban el fresco es en Bizancio, el Románico, Gótico, Renacimiento y Barroco -especialmente con el barroco ilusionista del Padre Pozzo- sus etapas más florecientes. Claro que el último tercio del siglo XVIII tiene un capítulo destacado en los increíbles frescos de San Antonio de la Florida pintados por Goya en su famoso despertar de la conciencia.
La encáustica
La tercera técnica mencionada, la encaústica, necesita de calor. Los colores se diluyen en cera fundida y su aplicación se realiza en caliente. Grecia fue su cuna. La mezcla resulta densa y cremosa. Los romanos la emplearon con frecuencia, sobre todo en tablas. Durante el Medievo, y los siglos XVIII y XIX vuelve a resurgir con fuerza ganando en popularidad. Su mayor atractivo son sus colores vibrantes, además de unas cualidades transparentes y de gran durabilidad. Es curioso el fenómeno experimentado por la encáustica durante el siglo XX. Muchos artistas modernos han caído rendidos ante esta técnica que emplean pura o mezclándola con técnicas mixtas. Uno de los más famosos ha sido el muralista mexicano Diego Rivera, junto a Jasper Johns o Lynda Benglis.
La revolución del óleo
Cualquiera de estas técnicas hunde sus raíces en los primeros tiempos. Sin embargo el siglo XV es testigo de una auténtica revolución. Cuando hizo su aparición el óleo fue un auténtico terremoto para la pintura. Aunque no fue su inventor sí se le debe al pintor flamenco Jan Van Eyck la fama de popularizar esta técnica. ¿Quién no conoce el cuadro del matrimonio Arnolfini? El perrito a los pies de los esposos es un alarde de detallismo. Parece pintado pelo a pelo. Esa minuciosidad no la podía dar ninguna técnica pictórica conocida hasta ese momento. A partir de entonces el óleo se convertirá en la técnica europea por excelencia. Las claves del óleo son que utiliza como aglutinante la resina vegetal y el aceite (de linaza o de nuez principalmente). Como no utiliza el agua su secado es mucho más lento que el de otras técnicas. La versatilidad del óleo es infinita. Permite al pintor aplicar capas tan delgadas que parezcan casi transparentes. ¡Es la edad dorada de las veladuras! Pero a la vez puedes aplicar una gran carga matérica cuyo espesor te de relieve. El óleo se aplica sobre tela o tabla. La clave para entender porqué los artistas empezaron a emplear el óleo es por sus colores brillantes y, sobre todo, por la posibilidad de rectificar ya que puedes ir superponiendo pinceladas sin alterar la obra. Bueno, eso hasta la llegada de los rayos X. Son famosos los arrepentimientos de Velázquez u otros artistas que las modernas técnicas han sacado a la luz.
Cuidado que esta historia no es una sucesión de éxitos. Y si no recuerden La última cena de Leonardo da Vinci, un intento fallido de temple y óleo sobre yeso seco. Una mezcla incorrecta y el calor de las cocinas provocó el deterioro de la capa pictórica de una de las pinturas más famosas de la historia del arte.
El acrílico: la técnica moderna
Un último capítulo queda por citar. Cuando parecía que nadie podría destronar al óleo llegó el acrílico. Eran los principios del siglo XX y las Vanguardias habían puesto en jaque la pintura tradicional. Un grito de libertad se oía desde distintos lugares, primero en la vieja Europa y, más tarde, en EEUU. No es extraño que naciese entonces una técnica contraria al academicismo. Acrílico y óleo eran presente y pasado. El acrílico se mezcla con agua y el óleo con aceite. Por eso una regla de oro es que el acrílico no puede estar nunca encima del óleo. Además, sus texturas son distintas. El acrílico es más esmalte. El acabado puede ser mate o brillante. No olvidemos tampoco que el acrílico lleva látex. Sí, se puede combinar, en cambio, con otras técnicas como las temperas o la acuarela. ¿Una debilidad? Su descubrimiento reciente hace que todavía no sepamos con exactitud su durabilidad y si en el futuro se cuarteará.
La ventaja fundamental del acrílico es la rapidez de secado. Otra de sus fortalezas es sus posibilidades expresivas a la hora de trabajar el abstracto. Elementos como los característicos chorretones o la aplicación del spray tienen en el acrílico su mejor compañero. Esta versatilidad ha sido un imán para artistas experimentales y vanguardistas. Pensemos en el expresionismo abstracto americano. ¿Acaso podría Jackson Pollock haber creado sus famosos drippings sin la fluidez y el secado rápido del acrílico? Imposible.
¿Cuál es el origen de la pintura acrílica?
El acrílico nació de la mano de la química moderna. En 1934, la compañía química alemana BASF creó la primera dispersión de polímeros acrílicos. Pero no fue hasta la década de 1950 cuando los pintores comenzaron a explorar seriamente su potencial artístico. Nombres como Morris Louis o Helen Frankenthaler fueron pioneros en su uso, descubriendo que podían crear efectos de color imposibles con el óleo.
Beneficios del uso de acrílico
La paleta del acrílico es infinita. Los pigmentos sintéticos permiten colores vibrantes y saturados que el óleo solo puede soñar. Además, su opacidad o transparencia puede controlarse fácilmente diluyendo la pintura con agua o médium acrílico. ¿Quieren texturas? El acrílico las ofrece todas. Desde capas finas como la acuarela hasta empastes gruesos que rivalizan con el óleo más denso. Y no olvidemos su capacidad para incorporar materiales no pictóricos. Arena, papel, tela… el acrílico los atrapa todos en su matriz polimérica.
Pero el acrílico no es solo para abstractos y experimentales. Hiperrealistas como Chuck Close han demostrado que puede lograr un nivel de detalle sorprendente. Su secado rápido permite trabajar en capas sucesivas sin esperar días o semanas. Un lienzo puede completarse en horas, no en meses.
El acrílico también ha democratizado la pintura. Es más barato que el óleo, más fácil de usar y de limpiar. No requiere disolventes tóxicos ni produce olores fuertes. Esto lo ha convertido en el favorito de escuelas y talleres de arte. Generaciones de artistas amateur y profesionales se han formado con el acrílico como su medio principal.
Desventajas del uso de la pintura acrílica
¿Y qué hay de sus desventajas? Además de la incertidumbre sobre su durabilidad a largo plazo, algunos pintores se quejan de que es demasiado «plástico» en su apariencia. Otros echan de menos la profundidad y la riqueza de los colores al óleo. Y su rápido secado, aunque ventajoso en muchos aspectos, puede ser frustrante para quienes prefieren trabajar húmedo sobre húmedo durante largos períodos.
Pero estas críticas no han frenado su avance. El acrílico sigue evolucionando. Nuevas fórmulas buscan imitar la textura y el brillo del óleo. Otros desarrollos apuntan hacia pinturas acrílicas ecológicas, libres de plásticos y totalmente biodegradables. El futuro del acrílico, como el de toda la pintura, está aún por escribirse. Pero una cosa es segura: esta técnica moderna ha ganado su lugar en la paleta de la historia del arte.
El uso del acrílico en la obra de Maseda
No es de extrañar entonces que artistas como Maseda hayan optado por el acrílico. La pintura de trazo gestual y ecos del street art del artista castellonense hacen que su pincelada requiera de una técnica como el acrílico. Esos chorretones que el expresionismo abstracto con genios como Jackson Pollock subió a los altares son una parte esencial de la obra de Maseda. Y es que acrílico y action painting parecen una misma cosa. Cuando Maseda aplica el spray con su inseparable tono fucsia busca también el efecto aguado del goterón. Cierto es que Maseda gusta de combinar técnicas. Generalmente, su tridente ganador es el acrílico, el spray y el rotulador. Pero el acrílico siempre. El ritmo, la pasión y la furia de Maseda, unidos a su pincelada rápida, convierten a Maseda en un fiel seguidor del acrílico.
Pero no se equivoquen. Esto no es el final de la historia. También la escritura ha pasado de las tablillas de barro, al papiro, al papel o a las teclas de un ordenador. Y sigue viva. La pintura seguirá incorporando nuevas técnicas, añadiendo nuevos métodos y materiales. Puede que la inteligencia artificial nos descubra un mundo que ahora apenas podemos soñar. ¿Acaso la pintura fotoluminiscente de Maseda no es un paso más en esta historia?

Comisaria independiente, crítica de arte y profesora en la Universitat Jaume I de Castelló. Compagina la docencia e investigación en el campo de las artes con el periodismo cultural a través de colaboraciones con medios como la SER o el periódico El Mundo.